agosto 30, 2004

UNA TARDE EN ÑUÑOA...

Tengo el alma como vagabunda, cruzo la calle sin ver la luz roja… Estoy en un café en Ñuñoa (no se los recomiendo, he estado en mejores), de pronto me siento como en Mendoza pero con frío, el café en la mesa, la sombrilla y las argentinas paseando por las veredas… en la mesa de al lado unos alemanes charlan acerca de sus viajes por Latinoamérica y el mundo, comparan a los chilenos con otras culturas y en su lengua se traba ese acento parco propio del pueblo germano, también comentan acerca de la divinidad y la espiritualidad… Creo que todos los alemanes son iguales, son como su bebida, son como toneles de cerveza, ebrios en su habla, amargos de sabor y rubios de estética, de personalidad espumosa, es decir son alemanes… La mesera del lugar recoge los tiestos y dobla cartones bajo las cojas patas de las mesas.
A la tarde el sol se le escapa de las manos y con él se va el calor, entonces hace su aparición el romántico frío que hace que las parejas se abracen; una niña de adolescente figura (13 años aprox.) dotada de un cuerpo que sólo las hormonas en el pollo le pueden haber brindado pasea relajada a su perro, no tiene preocupaciones, el tiempo no le causa limitaciones, va y viene vestida del mismo uniforme que vestirá mañana.
La conversación alemana está a punto de embriagarme a mí, estas personas rebalsan su espuma, pero una pequeña lucidez me invade, por fin dejan la propina encima, se despiden y marchan a sus vehículos… Una hermosa mujer pasa, me mira a los ojos, yo también le busco la mirada, sonreímos, pero se va como el sol, se va como el calor, se va…
Mi vagabunda alma está suspendida en el aire, la vida se me escapa letra a letra, como se me escapa el tiempo, creo que he estado más de 2 horas en este lugar y el teléfono suena… OH, todopoderosa tecnología, no puedo vivir sin ti… ?ALO!

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